Los invitamos desde aquí a sumarse a las anécdotas sobre el tema... La primera la escribió nuestro inefable amigo Hugo Alume y la segunda al autor del blog...o sea. Juan Sáenz Cavia.
¡¡A escribir amigos...que esto no tiene desperdicio!!
El
dipsómano
Mi
pueblo, con un cielo estrellado y límpido. Sus calles de tierra, polvorientas,
ansiosas
de
agua y carentes de sereno y rocío que las humedeciera. Animadas en las noches
por los grillos y los perros y el maullar de los gatos en tiempo de celo.
Y los
noctámbulos a la luz de la luna.
La
vieja casona paterna con aljibe para recoger las escasas aguas de lluvia. Su
enorme patio para los carros tirados por mulas y los primeros camiones. Sobre
un costado la leña para el horno de la panadería y en el otro costado la leña
para la enorme caldera movida a vapor que daba luz eléctrica desde las 20 hrs.
a las 24hrs.
El
pueblo carecía de artefactos eléctricos y las heladeras funcionaban a querosén.
Las clásicas Siam.
Un
portón por donde accedían los vehículos, que permanecía permanentemente
abierto. En uno de los costados del negocio de ramos generales los cajones de
vino apilados a la sombra y los perros mansos conviviendo con todos.
Frente
a la plaza principal Crisóstomo Lafinur con eucaliptos añosos, el viejo boliche
de Andino con los palenques y los criollos amarrando sus caballos y bebiendo
sus cañas o ginebras y el consabido vino. Este personaje casado con una viuda
de rancio origen y de fortunas heredadas, tenía un pasado signado por la
violencia y una muerte a su cargo de un capataz de un tradicional almacén de
ramos generales y barraca cuya casa central estaba en la ciudad de San Luis.
Había
purgado su culpa y rehecho su vida.
Un
día se apreciaba la ausencia de los caballos al palenque y las puertas cerradas
del boliche. Andino había iniciado su compulsiva borrachera que se extendía por
semanas y semanas. Dicen que a las noches como un fantasma se deslizaba en las
sombras, barbudo y zarrapastroso.
Un
día acicalado, vestido de fiesta y pulcramente presentable, venía a rendirle
cuentas a mi padre. Don David le debo 60 botellas de vino.
Cuando
había agotado las reservas de su boliche, todas las noches y sigilosamente
entraba al patio de mi casa y retiraba 2 botellas de vino que contabilizaba
rigurosamente mientras duraba su borrachera. Y luego como en un pacto de honor
rendía cuentas a mi padre y pagaba su deuda.
Otra!!
De médicos y
beodos:
Hacía mucho
tiempo que había superado la etapa de pueblo para transformarse en ciudad.
Ubicada en la provincia de Bs. As. En la zona pampeana y no voy a dar más datos
para que no puedan ubicarla, ya que hablaremos de personajes reales.
Como sabemos
en los medios rurales los médicos eran personalizados –yo soy de fulanito- y
–yo no me cambio de menganito-. Eso quería decir que el médico era de 24 horas,
sin feriados ni domingos.
Los médicos
de esa localidad, con no poco esfuerzo habían hecho una clínica, que algunos
llamaban sanatorio, término que tal vez le quedaba algo grande. Lo real es que tenían un lugar donde ejercer, cuando los
hospitales públicos del interior eran bastante deficientes. Adquirieron un
nivel de complejidad bueno para la zona y solucionaban muchos problemas médicos
“in situ”, sorteando complicadas derivaciones, distantes y costosas, evitando
al pobre paciente lo que llamo el desarraigo sanitario, uno de los peores si
hay.
La Clínica fue haciendo un recambio
generacional y llegaron las primeros residentes con su bagaje de conocimientos
y práctica que le dio nuevo impulso al nivel médico local.
Estos
jóvenes, pues a uno de ellos me voy a referir, tenían un concepto más
despersonalizado del ejercicio profesional y consultaban abiertamente entre
ellos y derivaban sin temor a otros colegas de acuerdo a su especialidad que ya
hacía varios años habían llegado al pago. Aclaro acá que en épocas anteriores
derivar un paciente era como un pecado de ignorancia galénica que difícilmente
se perdonaba, había que seguir contra viento y marea fuera fractura, niño,
embarazo, parto o difteria.
Siguiendo
este progresivo y positivo avance los pacientes iban aceptando una medicina y
médicos más diversificados.
Los médicos
de la clínica fueron organizando las guardias y la gente se fue acostumbrando a
que de noche, sábados, domingos y feriados debían concurrir a la clínica y al
médico de guardia que, de acuerdo a la patología,
actuaba. De esa forma pudieron descansar de noche y ser un poco dueños de sus
fines de semana.
Todo está
monserga viene al caso para avisar al lector de la realidad de la medicina
rural y el cambio que se fue gestado.
El Dr.
Walter Warrens, así lo vamos a rebautizar para que no pueda ser identificado,
era médico de escuela. Ex jefe de residentes de cirugía de un afamado servicio,
buena persona, buen cirujano, con sólidos conocimientos de clínica, honesto a
carta cabal, deportista y por sobre todo serio. Ojo serio, no amargo. Cuando
había que divertirse se divertía.
Una noche de
sábado había una fiesta: podía ser un cumpleaños de 15, un casorio, festejar un
campeonato… el motivo es lo de menos. Nuestro protagonista presente y muy enfiestado. Pasada la medianoche cae un paciente preguntando por el Dr.
Warrens. El que atiende la puerta lo hace esperar y le transmite a nuestro médico el requerimiento.
Él le dice que vaya a la Cínica que lo va asistir el médico de guardia. Lleva
el mensajero el informe, pero el demandante le replica que él quiere que la
atienda Warrens. Otra vez el portero recorre todo el salón (para colmo estaba
en el fondo). Apelando a su paciencia le responde por intermedio del ocasional
comisionado, que no se preocupe, que el médico de guardia lo va atender bien y
cualquier duda se la harían saber. Nuevo periplo y repetición del informe. El
insistente paciente argumenta; con seguridad si le dice al Dr. quien es el que
lo busca, él va a venir. Nuevo viaje esquivando parejas de bailarines y mozos
con repletas bandejas. Esta vez, el tolerante y hasta ese momento divertido
galeno, por demás irritado se dirigió a
la puerta del salón donde enfrentó al impaciente paciente. Este fue el breve
diálogo:
-Doctor, tiene
que revisarme – clamó el incordioso.
Rauda partió
la respuesta del cirujano -Si vos querés,
yo te reviso, pero no te lo aconsejo porque tengo un pedo que no veo -.
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