Estimada Susana y Juan Manuel, les envío esta historia
real, acaecida hace ya casi 50 años, difícil de aceptar la concatenación de hechos.
Un abrazo.
Calculo que en quince días, estará en Yenny el libro Octogenarios. Un canto a la Vida, que se
distribuirá en todo Pais . Un abrazo y cariños de Rosi. Hugo
En
una apacible tarde en el Hospital, irrumpió aceleradamente un taxi trayendo a
un anciano con un cuadro de accidente cerebro vascular y un niño que lloraba
desconsoladamente. En la guardia nos pusimos rápidamente en movimiento y con la
desazón del niño enmudecido que no respondía a nuestras preguntas. El abnegado
taximetrero mientras tomaba un café en un bar de Olivera y Rivadavia observó
que el anciano con el niño en sus rodillas lentamente se desplomaba, corrió en
su ayuda y sintió balbucear al anciano la palabra Tornú. No dudó y con ayuda
subió a ambos en su coche y aceleradamente se dirigió al Hospital Tornú. Al
arribar al Hospital tomó conciencia de la mudez atemorizada del niño y del desconocimiento de la identidad del
anciano. Creyó escuchar el nombre de una calle mientras los trasladaba. Al
apreciar el conflicto del niño desolado y la no identidad del anciano, salió
por su propia disposición a recorrer la calle mencionada puerta por puerta,
mientras nos resistíamos a la denuncia policial a quienes deberíamos entregar
al niño. Las enfermeras lo cobijaron maternalmente.
Ingresa
una mujer mayor y su hijo quién al ver al anciano exclama su apellido. Ante
nuestra imperativa inquietud por la información, desdice su comentario y niega
la afirmación temiendo complicaciones legales. El nombre mencionado flota en la
memoria y surge en mi recuerdo un joven adolescente de igual apellido que
mientras esperaba un colectivo en la Avda Chorroarin y Avda del Campo, una
camioneta Ford con su sobresaliente espejo retrovisor impacta en su nariz
arrancándola de cuajo y sostenida por un colgajo. A una cuadra del hospital
llega con su rostro ensangrentado sosteniendo su apéndice nasal desencajado y
pasa directamente a quirófano. Le limpiamos el rostro, reubicamos la nariz,
moldeamos sus orificios nasales con mechas de gasa furacinada y con anestesia
local suturamos los tejidos y piel con un resultado sorprendente y el
agradecimiento conmovido de la familia. Recorremos la guía telefónica buscando
su nombre, se habían mudado¡¡
Ante
nuestra sorpresa el taximetrero retorna con la noticia de haber recorrido toda
la calle Abalos y sospecha de una viejita que lo atendió por la mirilla de la
puerta con curiosidad y miedo.
Conmovidos por el espíritu solidario de éste anónimo hombre comprometido, lo
abrazamos y le expresamos nuestra gratitud. Aparece súbita y atropelladamente
la familia del anciano alertada por la viejita de la mirilla que los convoca,
reconocen al paciente y cuando mencionamos al presunto nieto se sorprenden y lo
desconocen cuando las enfermeras lo traen, ante la inquietud e interrogante de
todos. Ese hombre era el abuelo, el verdadero abuelo paterno de aquel joven de
la nariz reconstituida.
Algunas
horas después aparece una mujer desesperada, acompañada por un hombre, que se
abraza apasionadamente con el niño que corrió a sus brazos, luego de esa escena
conmovedora y gratificante se dirige a mí, me abraza y me recuerda: Dr. hace 4
años Ud. me atendió cuando un taxi me
trajo de urgencia y tuve el parto en el coche .Ud. Cortó el cordón e hizo el
alumbramiento de la placenta: Este es el Nene. Miré al niño y rememore la
escena y las increíbles ataduras de la vida que va tejiendo su trama de una
manera fantasiosamente fantástica, ante la incredulidad de la sucesión
intrincada de los hechos.
Queda
un hilo para descifrar lo acontecido. La mamá le había pedido a éste honorable
anciano, que cuidara a su hijo mientras realizaba un trámite con el Sr que la
acompañaba. Al regresar a la confitería la desolación y la angustia se apoderó
de ellos hasta que arribaron al hospital.
Esta
historia no es fantástica, sus personajes son reales, aconteció hace ya más de
45 años, para explicar conductas y compromisos solidarios, que constituían
expresiones habituales para la sociedad de entonces.
Y
enaltecer a los taximetreros que dignifican su profesión.
Dr
Hugo Said Alume
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