“¡¡¡Gloria a Dios en la Alturas y Paz en la tierra a los
hombres de buena voluntad!!!”
NUESTRO Profesor:
Todas las mañanas de lunes a viernes, Luis Schapira, un médico de 91 años, se levanta y enfila religiosamente hacia el Hospital Fernández, su segunda casa. Con 65 años de profesión y 27 como jubilado, su historia se conoció en las redes sociales la semana pasada cuando una usuaria publicó una foto en la que aparece de perfil con su bastón y su delantal insignia impecablemente blanco. "Sigo yendo porque amo a la medicina y al hospital público. Me gusta aprender aunque sé que me quedan pocos años para ejercer, sigo estudiando y me gusta escuchar a los jóvenes a los que dirigí cuando hicieron la residencia. Las mañana son los momentos más lindos de mis días", afirma Luis en diálogo telefónico con LA NACION.
La disposición espiritual del cristiano, frente al pesebre
de Belén donde nace el Niño Dios, debe ser la de los pastores: un corazón
humilde y sencillo que sepa reconocer la Voz de su Creador.
¡¡Felices y Santas Navidades para todos!!
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Adoración de los pastores - Giorggione - ca 1490 |
NUESTRO Profesor:
Todas las mañanas de lunes a viernes, Luis Schapira, un médico de 91 años, se levanta y enfila religiosamente hacia el Hospital Fernández, su segunda casa. Con 65 años de profesión y 27 como jubilado, su historia se conoció en las redes sociales la semana pasada cuando una usuaria publicó una foto en la que aparece de perfil con su bastón y su delantal insignia impecablemente blanco. "Sigo yendo porque amo a la medicina y al hospital público. Me gusta aprender aunque sé que me quedan pocos años para ejercer, sigo estudiando y me gusta escuchar a los jóvenes a los que dirigí cuando hicieron la residencia. Las mañana son los momentos más lindos de mis días", afirma Luis en diálogo telefónico con LA NACION.
Su pasión por la medicina, sin embargo,
no lo acompañó durante toda su vida. Nació en el seno de una familia judía en
un humilde pueblo de Entre Ríos sin luz eléctrica ni agua corriente. Su
familia, en ese entonces, estaba compuesta por cuatro integrantes. Su madre,
Adela, era ama de casa y se ocupaba del cuidado de sus dos hijos: Luis y
Samuel, que murió joven a causa de un cáncer de pulmón fulminante. Su padre
tenía un "boliche" en el que, según Luis, "vendía de todo"
y cuenta una de las anécdotas que tiene debajo de la manga aquel que vive hace
casi un siglo: "En esa época había plagas de langostas entonces se ponían
barreras en el pueblo para evitar que invadan y mi padre vendía bolsas de
langostas al Estado", rememora
Hizo la mitad de la primaria allí y
cuando tenía nueve años se mudaron a otro pueblo más grande, a 15 minutos de
distancia en tren, donde finalizó sus estudios. A los 13 años, cuando el acné
lo acechaba -era su única preocupación, según cuenta-, viajó con su familia a
Buenos Aires para instalarse definitivamente. Vivían en una casa inmensa que
alquilaba la hermana de su madre; uno de los típicos conventillos. Adela
cocinaba para las catorce personas de esa casa. Luis no puede evitar evocarla:
"La estoy viendo ahora, temprano, yendo al mercado a comprar y cocinando
para todos", recuerda y destaca que "tuvo una madre espectacular y
muy trabajadora". A su padre le costó conseguir trabajo y vendía flores
artificiales por muy poco dinero.
Cuando se recibió de bachiller en el
Mariano Moreno, la única certeza era que no seguiría ninguna carrera vinculada
a las matemáticas. Repasó los programas y el ingreso a Medicina era el más afín
a lo que había estudiado en el secundario. Mientras tanto, trabajaba para la
Empresa Argentina de Prensa y Publicidad, donde hacía stencils y grababa
artículos destinados a los diarios del interior en contra del nazismo en la
época de la Segunda Guerra Mundial. Sus ingresos no bastaban para costear los
libros: no se compró ninguno en toda la carrera y se sentaba largas horas en
las bibliotecas públicas, la del Partido Socialista, que luego fue incendiada
en un acto político, la del Consejo Nacional de Educación y la de la Facultad
de Medicina.
Recién en cuarto año, cuando ingresó
como alumno practicante al Hospital Alvear, se produjo el "flechazo".
"En el hospital me entusiasmó el diagnóstico de enfermedades", dice.
El que ofició de cupido fue su primer jefe, Lucio Sanguinetti, que según cuenta
"sabía una enormidad". "A tantos años sigo recordando y
admirando sus diagnósticos en una época en la que no habían todas las
herramientas que hay ahora. Él, con sus manos y con su interrogatorio, hacía
los diagnósticos", resume maravillado. La lección más valiosa, admite, se
la dio un libro de Michael Balint, un psicoanalista y bioquímico británico que
estudiaba el vínculo del médico con el paciente: "Me di cuenta de que lo
que había que tratar es al enfermo y no a la enfermedad: vincularme con los
enfermos y buscar la forma de ayudarlos", relata.
Su carrera despegó durante esos años y
se orientó en medicina clínica: "En mis 65 años de médico pasé por el
Hospital Alvear, por el Rivadavia, por el Ramos Mejía y terminé en el
Fernández, donde fundé la primera cátedra de Clínica Médica de la Universidad
del Salvador y fui profesor durante 40 años. En todos ellos hay un conjunto de
profesionales que «se pone la camiseta del paciente» y lucha, lucha, lucha
tratando de solucionarle todos los problemas", dice con énfasis.
Su amor por el hospital público
atraviesa cada una de sus frases: "El paciente internado recibe tan buena
atención que lo que suelo decir es «pobre la gente de dinero, no hay que
discriminarla, debiera tener tan buena atención como la que el hospital público
brinda a sus pacientes»". Cuenta que lo que más extraña tras la jubilación
es el contacto directo con los pacientes.
"En el hospital hay una actividad
que se llama ateneo, que es la presentación de uno, dos o tres casos más o
menos difíciles; se organiza una reunión para ver qué opina cada uno con
respecto al diagnóstico y al tratamiento", explica Schapira, y enumera las
actividades, una por una: "los lunes a la mañana voy de 8 a 9 a
nefrología, de 9 a 10:30 a la recorrida de clínica médica y de 11 a 12 en
oportunidades doy una clase; los martes voy de 8 a 9 a infectología, de 9:30 a
10:30 a la recorrida de clínica y de 11 a 12 a cardiología; los miércoles voy
de 8:30 a 10 a endocrinología y de 11 a 12 al ateneo general de clínica médica;
jueves por medio voy de 8 a 10 al consultorio de diabetes y el otro al de
neumonología y los viernes de 8 a 10 voy a gastroenterología".
Su vida privada prosperó en paralelo a
la profesión y su familia sigue creciendo. Se casó con Sarita hace 56 años, con
quien todavía vive, y tuvieron mellizos; uno siguió sus pasos y se dedica a la
medicina y el otro es ingeniero. Sus grandes amores son sus cinco nietos:
"No hay palabras en el abecedario ni en el léxico español para decir lo
que son para mí", concluye emocionado.
- ¿Qué les diría a los médicos que están
recién arrancando?
- Que es una profesión hermosa, que el
mayor pago que se recibe es la satisfacción de solucionar problemas, que hay
que tratar al enfermo y no entusiasmarse con la enfermedad, que no se deja de
estudiar nunca, que no dejen de ir al hospital y que sepan que cuando se va al
hospital todos los días se tiene que aprender algo. Si ellos salen del hospital
un día y se ponen a pensar que no aprendieron tienen que acercarse a algún
profesional más adelantado y decirles: "Hoy estuve en el hospital y no
aprendí nada, enséñeme algo, dígame qué tengo que hacer". Estudiar, ser
modesto, muy comprensivo, saber que el paciente es un enfermo y que la familia
del paciente es una extensión y tiene que estar siempre presente.
¡¡¡GRANDE DOCTOR!!!
¡¡¡SEGUIMOS APRENDIENDO DE USTED!!!
También lo hemos visto en la TV hablando sobre la Melatonina y los trastornos del sueño... ¡¡Qué bueno sería que lo hubieran escuchado los más jóvenes!! A nosotros nos pareció estupendo...
¡¡Felicitaciones Daniel!!
PREMIOS FUNPRECIT 2017
PREMIO CONSAGRACIÓN AL INVESTIGADOR
Dr. Daniel Pedro Cardinali
Investigador
Superior de CONICET